Son cinco ya los paros que se han desarrollado a nivel país desde la
asunción de Cristina Fernandez de Kirchner al gobierno y lo que es interesante
analizar de estos acontecimientos no siempre son las consecuencias, sino más
bien las causas, los actores, y sus respectivas interpretaciones de la realidad
y de la medida de fuerza en sí.
Cada uno de estos sucesos se ha caracterizado por ser convocado por las
centrales obreras opositoras y por ir, paulatinamente, aglutinando otros
sectores del arco político, sindical e incluso social. Moyano, Barrionuevo, Piumato son algunos de los
nombres que resuenan en los medios y en el voceo popular al hacer alusión a los
actores principales de este hecho pero conforman tan solo la punta del iceberg que
pretende hundir al barco.
Para empezar, ¿por qué no hacer foco también en “la izquierda”?
Historicamente los partidos políticos que responden a esa ideología han
sabido autoproclamarse defensores de los intereses de los trabajadores pero
también, en muchas ocasiones, han fallado rotundamente a la hora de saber interpretar
la realidad, la historia y la identidad de un pueblo como el argentino por
poner por sobre todo preceptos y duras doctrinas.
Cuando ponemos el ojo sobre la izquierda, esta parece ser un caldo de
cultivo para cualquier tipo de interpretación y un germen de numerosos debates.
Por más que se esfuerzan en sus ámbitos de militancia para diferenciarse de
quiénes convocan los paros y adueñarse de los reclamos como voceros de un
pueblo supuestamente indignado, a la hora de tener en cuenta la correlación de
fuerzas es inevitable ubicar a este sector en el furgón de cola de los
poderosos, de la derecha a la que supuestamente combaten.
Nadie con la más mínima conciencia social puede impedirle a este sector
ni a cualquier otro reclamar por mejores condiciones de vida para la clase
trabajadora, pero tampoco alguien con la más mínima conciencia política puede
ignorar el hecho de que, incluso mostrando forzados intentos por desvincularse,
están siendo cómplices conscientemente de una maniobra desestabilizadora y
reaccionaria llevada a cabo por los grupos más nefastos y retrógradas que
históricamente han prevalecido en el armado de este país. Entonces ¿podemos seguir
pensando que dos actores que convocan a una medida de fuerza como tal, dirigida
contra un gobierno popular son completamente antagónicos? ¿Podemos seguir
negando la presencia de coincidencias entre ambos? ¿Y qué tipo de coincidencias
son? Es perturbador pensarlo de esta forma, quizás es hasta una especie de bola
de metal que viene a demoler todas nuestras conjeturas y preconcepciones, pero
es, también a mi entender, una realidad concreta. Y como decía el general, la
única verdad es la realidad.
Al encarar un análisis del paro en sí, por un lado sería absurdo decir
que todos los reclamos, teniendo en cuenta su esencia como tal y no quiénes los
citan, son falacias, pues el impuesto a las ganancias, la inflación y la
precarización laboral son asuntos que aún hoy atraviesan a la masa trabajadora.
Sin embargo, también sería absurdo decir
que estamos en cero, que este gobierno se ha dedicado – como afirman los líderes
sindicales que, como decía Evita, no son más que carneros de la oligarquía- a
degradar las condiciones de vida de la sociedad, cuando en estos últimos años
se ha mejorado notablemente la situación socioeconómica de gran parte de nuestro
pueblo.
Por otro lado también sería muy cómodo decir que vivimos en una situación
idílica cuando aún hay sectores que se encuentran relegados, pero del mismo
modo es muy conveniente acusar y poner a cargo del estado los perjuicios ocasionados
a un pueblo que ha sido en reiteradas ocasiones víctima de gobiernos y mercados
liberales y totalitarios, y grupos de poder antipopulares y reaccionarios que
este kirchnerismo al que hoy se le hace un paro ha sabido combatir. Es
completamente incoherente tomar como acción de fuerza el corte del transporte,
por ejemplo, cuando los más afectados son los mismos ciudadanos, mientras los
verdaderos responsables de la situación que convoca esta medida, los que
manejan el poder económico, disfrutan viendo como se intenta desgastar a la
institución estatal riéndose desde la comodidad de su realidad.
Las razones por las que hoy muchos decidimos no parar no son puramente
partidarias, no son por estar de un lado ni por estar en contra de los reclamos
en su esencia ni, mucho menos, de los trabajadores, son por negarnos a ser
cómplices de una medida que se disfraza de revolucionaria, de popular cuando no
es más que una jugada desestabilizadora en manos de las corporaciones
judiciales, mediáticas y económicas de este país, las mismas que se dedican a
someter al pueblo, y a las que este gobierno ha decidido enfrentar democráticamente
poniendo en juego su propia estabilidad en pos de encausar la justicia social,
la soberanía política y la independencia económica.
Al tener en cuenta el contexto los actores que forman parte de este escenario
impuesto hoy son varios pero la verdadera disputa, el antagonismo real se da
entre solo dos. Mientras uno de ellos -los
líderes sindicales- debería velar y exigir mejores condiciones para los
trabajadores siendo representantes de ellos y no al revés, al otro –el gobierno-
le corresponde garantizarlas. Sin embargo hoy en día es este último actor el
que cumple su función mientras el otro se dedica constantemente a llenarse la
boca con reclamos por asuntos que ni los rozan, dejando sin representación real
y coherente a la masa trabajadora que es
la que realmente sufre los boquetes de
una justicia social que crece cada día más pero aún no inunda debido a los
grandes extractores que históricamente se han dedicado a dejar seca la realidad
tanto material como política de nuestro pueblo.